Nuevo año, nuevo sistema...,o casi.

Vivimos un tiempo de cambios económicos, sociales y políticos. Podemos pensar que la etapa de recesión económica, de la crisis de valores y de colapso del sistema de representación ha empeorado las iniciales condiciones. Es probable, pero no del todo cierto. Quizá sean los estertores de un sistema caduco que cederá su puesto a un nuevo modelo basado en el poder de los seres humanos.
Durante un tiempo el factor más importante de la economía y la política era el territorio. Las conquistas buscaban recursos naturales, los caballeros ser terratenientes y tener bajo sus fueros a una mano de obra servil, que sólo tenía tierra en sus zapatos.
Más tarde nos dimos cuenta de que de nada servía la “tierra y libertad” sin dinero. Ir al mercado sin un euro no era libertad. Muchos eran tan pobres que sólo tenían tierras, casas o cortijos.
De manera que el capital creó un nuevo sistema, que se aventura a prolongarse hasta hoy, donde por el flujo monetario se mide el poder. Así la acumulación capitalista expolió sin límites la tierra y la mano de obra. Todo el mundo idolatraba al poseedor del factor capital. El consumidor le devolvía doblada la plusvalía. El político bailaba a su son.
Mas ahora, cuando se aprecia la volatilidad del dinero y la pesadez de la tierra, alguién empieza a pensar que las personas empezamos a contar en el sistema de las cosas.
No es que sea un cuento de Navidad. Muchos creíamos en ello, siendo agnósticos. Lo que pasa es que no había llegado el tiempo en el que los demás abrieran los ojos. Ahora, todo es más claro.
Esto no significa que los demás vayan a resolver nuestros problemas, sino que los demás deben ayudarnos a ser más autoexigentes en general. Nada de pasar con tres suspensos. Nada de resolver in extremis. Esto es algo que se aprende desde pequeño.
Muchos podemos preguntarnos cómo afrontar este año de transición hacia el nuevo sistema.
Apreciando al original, al riguroso, al educado. Premiando al austero y al laborioso. ¿Sabéis porqué? Porque los especuladores, los demagogos, los ostentosos, los casposos y los ociosos son los que nos metieron en este lío de la recesión. Y lo que es peor, no están nada interesados en sacarnos de ella. Se mueven en el juego del relativismo, donde siempre se da una oportunidad al que no tiene razón.
De manera que habrá que calmar las aguas, para regar y cuidar al buen árbol de la sensatez. Así hemos de afrontar con ilusión los años de tránsito hacia el nuevo fruto: El nuevo sistema humanista que nunca debimos abandonar.

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