Vendedores de humo.



La importancia de valorar bien a las personas y empresas que resuelven nuestros problemas.

La sociedad del mercado sólo es posible si alguien compra lo que otro produce, bien porque lo necesita o bien porque quiere revenderlo a un precio mayor. En todo esto entra una tercera variable: alguien compra lo que otro no produce, sin necesitarlo, pensando en su rentabilidad. A esto último es a lo que los economistas llaman la economía irreal. Vendedores y compradores de humo, remuneraciones en función de lo que pasará algún día.
Los organismos medían el nivel de renta y riqueza de los Estados, entre otras cosas, por la valoración de las cantidades de la producción (PIB). De tal manera que todos pusieron a trabajar a personas y a máquinas a un ritmo desaforado. Hasta que un día se dieron cuenta del excedente del producto. 
Para vender todo esto había que inculcar un valor supremo: el espejismo de la importancia social  basado en el nivel de consumo. Así, muchas personas hicieron de su forma de ocio la visita a centros comerciales y en torno a ello se creó el pernicioso arte del shopping: Rutas de compra donde gastar el dinero, personal shopper que te aconsejan lo que comprar, cadenas de comida rápida para reponer fuerzas y poder seguir comprando.
Más grave es aún cuando lo que se compra es una expectativa que sólo puede generar beneficio en un hipotético futuro. No estoy hablando sólo de viviendas, sino de todos esos productos financieros basados en las eventualidades de un tiempo no conocido y que a su vez, alteran el precio de las cosas más elementales. (Mercado de opciones y futuros).
Ahora, cuando la vorágine del consumo ha pasado las personas comienzan a valorar los bienes y los servicios por lo que les aportan a sus vidas o a sus familias. Las empresas que se preocupen por solucionar los problemas a sus clientes, en escucharles y en satisfacer una necesidad real serán tenidas en cuenta. Como contrapartida, las que vendían nubes no tienen nada que hacer. De hecho ya han echado el cierre muchas de ellas. Parece que todos hemos aprendido a conquistar nuestra felicidad dando pasos seguros; pero pasos, al fin y al cabo.

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