La máquina de escribir.



Era primavera. Apenas medía más del doble de la Olivetti que portaba. Aquella tarde del jueves me privé del partido de fútbol callejero, pero en la confianza de “es por tu bien”, me encaminé hacia la clase de mecanografía a ciegas.
Se trataba de confiar ciegamente en que las teclas, tapadas con colores, se correspondían con lo que deseabas escribir. Todo ello, en el inaplazable intervalo de diez minutos por ejercicio. Aquel día, lo recuerdo como si estuviera allí, era 15 de mayo de 1986.
Tac,tac, repetían como una orquesta de percusión, mientras en los folios iba apareciendo un capitulo de El Quijote.  
Siempre pensé que la vida es como una ingeniosa máquina de escribir. La cinta va pasando hasta que se agota. Cada vuelta nos da la oportunidad de rellenar un papel. Aprovéchala.
Hay momentos que  quieres tomarte tu tiempo. Otras veces quieres que se note y pulsas el tabulador. Los seres humanos podemos volver sobre cosas anteriores, con la tecla del retroceso, pero si tecleas puedes emborronar la cuartilla.
Hay quien va por la vida siempre enseñando sus mayúsculas. Los hay aún peores, porque sus frases van entre exclamaciones. Otros prefieren ir siempre en sus tímidas minúsculas  y lo que es peor, ignorando los acentos. Los más sabios del mundo aprendieron que cada i tiene su punto, y punto, como dice quien yo me sé....
Siempre nos enseñaron a usarlas todas, pero en el momento oportuno. Cuando desaprendes entiendes que a veces, debes fijar la mayúscula porque las palabras lo merecen. Nunca está de más escribir un TE QUIERO, o un LO SIENTO.
La bendita máquina de escribir no perdona, porque no hay nada que perdonar. Cuando te vas a pasar de la raya toca su timbre. Tú decides. Es momento de cambiar  a otra línea.  Si no, puedes hacer lo que el burro con la linde, puedes desbloquear el margen y seguir escribiendo, pero te arriesgas a escribir donde nadie puede leerlo.  No te obsesiones, fíate del timbre y cambia de renglón.
Lo más importante es saber que eres el único dueño del papel que escribes, salvo que tengas que ir a dictado. Estos últimos son los peores escritos que un escritor, que no escribano, puede mecanografiar. Si eres escritor, o simplemente escribiente, puedes accionar con libertad la palanca del rodillo y mover el folio a tu antojo.
Las máquinas de escribir callaron hace mucho tiempo. Un eco de silencio sobrecoge el lugar que otrora fuera el universo de las teclas, la atalaya de las horas perdidas, el inconmensurable mar de las ideas, el embrujo de Selene, las inagotables  fuentes del deseo, el despertar de los amaneceres…
Hace poco, volví con las tintas de Pelikan y empecé a teclear las últimas estrofas, como el que siembra un árbol confiando en que algún día alguien recogerá sus frutos.

Comentarios

Antonio P.B. ha dicho que…
Este artículo fue publicado en la Revista "El Celemín" de Torrecampo en Agosto de 2022.