La España vendida.


Durante el fin del siglo pasado intentaron convencernos de las bondades de las privatizaciones. Esto llevó a una cierta volatilidad ideológica en cuanto a la politica ecónomica de gobiernos socialdemócratas y una marcada coherencia de los gobiernos conservadores y liberales, de toda Europa.
El fin era convertir muchas empresas públicas en privadas. El sistema normal es anunciar una Oferta Pública de Venta e ir vendiendo gradualmente en paquetes accionariales la compañía. El quid de la cuestión es saber quien será el comprador.

Un actor público, sea el de fomento o el de industria, garantizará unos precios mínimos, con unas infraestructuras ya diseñadas y costeadas por todos. La empresa en cuestión se encargará de aumentar su valor añadido con operaciones de marketing.
¿Se acuerdan de como fue el proceso de transformación de Endesa? Pues bien, el gobierno de entonces decidió impulsar en 1988 su proceso de privatización. Después con la clásica excusa de la estabilidad y el crecimiento, en 1994, vende un segundo paquete de acciones. Para 1996, cuando hubo alternancia en Moncloa el objetivo de venta estaba claro. Así, fue transferida a la SEPI que dejó el camino libre para que en 1997 y 1998 pasara a ser una de las tantas empresas privadas con capital público.
En el año 2000 pasa directamente a ser una empresa privada y se convierte en Endesa.
Algo parecido ocurrió con Telefónica, con Argentaria o Repsol, a las que el gobierno en 2005 (con el consentimiento de su entonces tripartito) suprimió la acción de oro por la que se reservaba un cierto control y blindaje al gobierno.
Sin embargo, díganme si ha mejorado el servicio de cabinas públicas, o se ha reducido la cuota mensual del teléfono. Díganme si el gasoleo o la electricidad ha disminuido en sus costes fijos. La respuesta es evidente: Lo importante no es el producto sino el valor del dividendo.

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