El primer bolígrafo del que tengo noción es de un sencillo BIC que tenía mi padre en su tienda.
Esta marca de bolígrafos para mí, era entrañable. Dentro del estuche de la segunda etapa tenía guardados de dos colores: negro para los enunciados y azul para las respuestas.
Tener un bolígrafo significaba haber superado la etapa de los lápices Alpino, saber de geometría y de métrica, en la poesía. El poder de la tinta frente al del grafito. Y bien que era poder, pues los profesores calificaban nuestros exámenes con el BIC cristal rojo.
En estos tiempos que vivimos, resulta que lo manuscrito ha cedido terreno al teclado y BIC ha tenido que presentar un Expediente de Regulación de Empleo (ERE), en su planta de Tarragona.
Se dice, ironías del destino, que el documento se firmó con un boli BIC.
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