La urbanidad de la chancla.

En los antiguos libros de urbanidad de los años 30, ya se hablaba de cómo proceder en la vida, como vestirse y asearse. Lo digo, por cuanto a mis manos cayó uno de ellos, con indicios de haberse ilustrado del pensamiento de Giner de los Ríos. El caso es que, estos días, ha saltado la noticia de que Don José Bono, y a veces no tan bono, va a prohibir la entrada a los ujieres del Congreso que estilen chanclas o bermudas.
Es de comprender, que un trabajo público de tan alta institución del Estado, la no tan baja cámara de las Cortes, deba pedir cierto decoro y recato. Con cierto atrevimiento, en la amarilla cadena de Berlusconi, hubo algún ujier que priorizaba su indumentaria a dicho puesto de trabajo fijo.
El trabajador de escasos posibles o el parado televidente, cuyos oferentes le reclaman una indumentaria correcta, en el improbable puesto, diría: “Yo llevaría hasta frac si hiciese falta.” Del mismo modo contestaría el minero, el camarero, el trabajador de la banca, o el conductor de autobús.
La moda de la ropa casual ya no se limita a los viernes, como preludio del fin de semana. Esta ropa tiende hacia el hábito del surfero y no es tan casual.
Dicen que esta práctica estival de ir en escuálida indumentaria, también es notoria en los exámenes finales de prestigiosas universidades, en las jornadas veraniegas de organismos de medio pelo e incluso, en el fervor de los templos de sus eminencias.
Y entre sonidos de la flauta rastafari, nos traen la imperiosa conclusión de que tal relajo en el vestir, es fruto de un generalizado desfallecimiento veraniego. Cerremos, pues, por derribo, los antiguos libros de urbanidad. Feliz verano a todos.

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