Platero en la sombra y sin plata.

Desde antiguo, el ser humano ha querido salir del eterno círculo de las circunstancias que le impedían alcanzar la felicidad. En esa lucha constante por jugarle una faena al destino, el homo sapiens ha progresado. Unas veces ha precisado naufragar por agua hasta hacerse señor de los mares. Otras veces reptar por la tierra introduciéndose en la misma cual ser subterráneo. Muchas veces ha caído de los aires como Ícaro, pero al final, consiguió dominar los cielos. Ese impulso le ha permitido alcanzar unas cotas de desarrollo antes insospechadas.

No hace tanto tiempo, muchas de estas conspiraciones en pro de la apertura de la cadena, de la rotura de la soga y el destrozo del yugo, han venido contraponiéndose con la paternal protección del poderoso. Es pues esto lo que ha venido ocurriendo en la historia: primero con el sometimiento y la caridad del amo, luego con la dominación y el cuidado del señor. En la contemporaneidad con las obligaciones y prestaciones del Estado. Y en este mundo postmoderno con el desaforado poder del dinero, que le procura vivir a costa de vivir integralmente hipotecado.

Cuando cayó Roma los esclavos pasaron a ser siervos. Gracias al triunfo de la razón ilustrada, los siervos medievales fueron convirtiéndose en súbditos del Estado. Y ahora, cuando alcanzarón el grado de ciudadanía se les introdujo el virus de unos avariciosos que les hicieron depender de su enorme zarpa financiera. La misma zarpa que ha decretado que debe doler la gran herida de esta crisis. De modo que, nos atrevemos a preguntar: ¿Cuándo van a decidir que la crisis se acaba?. ¿Cuándo los bancos se dedicarán a prestar y las empresas a producir? ¿Cuándo esos señores van a decidir que los gobiernos están para gobernar y no para negociar tablas en el ajedrez?.

Son estas observaciones las que nos sentencian que la libertad nunca llega. No hablo de los reconocimientos del derecho positivo. Es la libertad real la que me ocupa y por la que muchas veces nos preguntamos ¿para qué la queremos? ¿por qué debemos arriesgar la vida y la hacienda en su favor?. Sólo hay una respuesta, que es el fin último de toda vida: la felicidad. Pero amigos, la felicidad no viene dada por la simple libertad, pues debe venir acompañada de la tan hereje igualdad de oportunidades. Una libertad, donde el que más se esfuerce, el que más trabaje, el que más estudie pueda conseguir más que el parásito. Una sociedad donde no existan lapas clientelares en torno al poder, ni dádivas a los que más tienen pues estas, sólo levantan la verja hacia el fruto inaccesible.

Con estas estructuras, por el momento, me conformaré con cuadrar cuentas con la realidad. De prestar la escalera,que es ajuste de una prosa libre, para que alcancemos las saneadas manzanas. Es ese deseo común, sin más ventaja, que la de la ansiada regeneración de este país. Pero observad que en estos días, los cabestros siguen moviendo la noria. Que es la quietud del espíritu y el sosiego apolíneo del alma. En la sombra, sin más plata, que el dorado sudor de seguir amarrados al círculo, Platero, hoy ha pensando en los verdes prados de la libertad.

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