Juguemos al Monopoly.

Como un junco, que el viento no puede arrancar, 3,2 millones de autónomos han podido soportar lo peor de la recesión económica. Este colectivo ha visto como, cada día, cerraban negocios semejantes. Es lo que ha venido a denominarse: el ERE silencioso.
Estos millones de autónomos, que no son sino trabajadores por cuenta propia, han sabido:
  • Aguantar el cierre de la banca.
  • Luchar contra los jugadores que pasaban por sus casillas y no pagaban. (Morosidad de los clientes).
  • Han sorteado la salvaje competencia de los grandes jugadores. (Oligopolios, guerra de precios, barreras de entrada a la contratación pública)
Por eso, todos ellos merecen una muestra de reconocimiento. Y es que, a la hora del diálogo social, quedan al margen. Pues ni sindicatos ni CEOE defienden los intereses del pequeño comerciante, del camionero por cuenta propia o del albañil. Muy lentamente, se van oyendo las campanas de una mejora en su protección social.
Eso sí, no es lógico que un Administrador de una gran multinacional deba cotizar a la Seguridad Social lo mismo que un carpintero autónomo. Mientras este último sólo alcanza a cotizar el mínimo (220,85 €), el administrador puede planificar su jubilación y otras contingencias a través del sistema privado. Mientras las grandes empresas se lanzan a las OPAS (Santander, Telefónica, etc), los pequeños comerciantes y las microempresas deben resistir el envite del mercado. Es decir, esto es como un monopoly donde las reglas las marca el que más tiene. A eso le llaman: “libertad de mercado

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