Aquellas gripes infantiles.

En mi infancia, cuando quería curarme de una gripe teníamos que guardar turno en la puerta del Consultorio para pedir y, en ocasiones, dar la vez. Normalmente, eran mis padres los que esperaban, mientras yo, griposo, aguardaba su llamada desde el calor de un horno familiar.
Hoy, con la tecnología en nuestras manos no necesitamos que florezcan sabañones, gustosos de nuestra cutis, aprovechando el frío continental. Basta con tener un ordenador y conexión a Internet para ahorrarse la espera, o el compromiso de recordar quien iba detrás de nosotros. Es esta maravilla que se llama Intersas.
Allí, introduciendo tus datos personales, el número de la seguridad social y el DNI, podemos conseguir una cita y consultar nuestro médico. Nunca será tan cercano, como aquellas veces en que alguien pudo colarse. Pero eso sí, esto último tampoco está asegurado si no imprimes el volante de citación. Pueden decir: “tengo la gripe A y como no me dejéis pasar os la voy a pegar a todos”.
Después de salir del médico o del ATS, puede ser psicológico, pero uno se encuentra más aliviado. Yo notaba que me estaban curando, y eso que Don Rafael sólo había puesto el estetoscopio sobre mi espalda, mientras decía “Respira hondo”. Lo mejor eran los sobres, comúnmente llamados “papelillos” de sabor naranja y el jarabe “Pectox” con un dulzor de caramelo. El que estaba realmente malo era “Bronquidiazina”, que te dejaba un raro amargor tras las comidas.
De modo que habrá que cuidarse. No vayan a recetar este último jarabe, u otro genérico aún peor, que vaya a estropearnos el sabor del postre.

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