La biblioteca doméstica.

Uno de los mejores regalos que puedo recibir es un libro. Cumple con su labor de enseñarnos a vivir, sin la disciplina de la escuela, si es que ahora, en la escuela hubiere disciplina. Nos lleva a nuevos mundos y nos ofrece descubrimientos, sin que haya retrasos, ni cancelaciones de vuelos. 


De tal modo, que como buen ser hospitalario, debemos ofrecerle la mejor de las posadas, sea en estantería del Ikea o de Banak. Lo importante no es cómo queda. Pues los libros no se compran por metros, ni se coleccionan para que luzca el marketing del saber en nuestro salón. Más bien, debemos acomodarlos para facilitar el encuentro. En ocasiones, nuestra habitación de soltero queda pequeña para tanta estantería y debemos hacerlos proliferar por toda la casa. Ese reparto del saber, contra todo feng shui que se precie, nos es más que una preciada recalificación del terreno, sin más corrupción que la del verbo. Así que el libro, como un enfermo por desuso, debe ser trasladado a la casa de nuestros padres o hermanos. Una unidad de permanencia intensiva, cuyo mayor cuidado es su retiro para pasar la mopa. Eso sí, mejor esto que condenarlo a la oscuridad de la caja o a la hoguera censora. En la magnitud debe reinar la armonía y por ello, debemos echar mano de alguna forma de distribución.
Como la Clasificación Decimal de Dewey. En mi caso, la mayoría de los libros son de un oficio -Ciencias Sociales- y de ocio -Literatura. En el reducido espacio de que dispongo, les he querido dar un cierto orden. De manera que en las estanterías de Ciencias Sociales, dispongo tres baldas para la Estadística, la Ciencia Política y la Sociología, una para la Economía, otras dos baldas para el Derecho y la Administración Pública y los huecos que van quedando los completo con libros de Ciencias de la Educación, Comercio y Costumbres.
Unos libros viven en la tranquilidad del pueblo, otros en la ciudad, como vive el que viaja y no se acostumbra a la tenencia, sino a la querencia. Por eso, la estantería de literatura observa con cierto dolor, el exilio de obras hacia una descansada vida. Muchos lectores tienen el privilegio de distribuirlos en Poesía, Novela y Teatro. Poesia ese ajuste de cuentas con la vida. Novela esa manera de crear el mundo que no fue. Teatro, el guión para soñar, para vivir.
Pero en mi caso, la distribución lo es por colecciones, a menudo incompletas.
Todo debe disponerse de un modo que sea fácil recordar el momento de la primera cita con la obra. El momento en que un autor me contó una historia con el surco de las letras. Una historia que siempre quedará en nuestra retina, y que nos permite ser un poquito más libres, al menos, cuando retiramos el marcapáginas.

Comentarios