Una antorcha, por dos genios que se apagan.



Los que hemos bebido académicamente del estructuralismo hemos perdido a dos personas ilustres y centenarias del pensamiento.
Con su óbito podemos decir que se clausura el vigésimo siglo de pensamiento judeocristiano, aunque ciertamente secularizante y sinceramente atrevido.
El primero, el antropólogo Lévi-Strauss. Un ser cultural que nos inspiró el respeto hacia otras culturas, alejándose del funcionalismo y cuya contribución ha permitido interpretar el significado de las mentalidades a través de la escritura, los mitos y las leyendas.
El segundo, el erudito granadino Francisco Ayala, que en un desgarrador exilio reflexionó sobre la libertad y el mundo de su tiempo. Ambos fueron bien reconocidos desde su estancia en universidades estadounidenses y siempre huyeron del foco mediático. Tal vez, porque tenían una tarea más importante que dejarse seducir por la vanidad y la arrogancia: Descubrir las ataduras que retienen a la sociedad.
Con esa actitud vital siempre permanecieron jóvenes, pues quizá el envejecimiento sea una cuestión de neuronas.
Podemos decir que muchos ágiles viejos sobre-existieron a estos genios centenarios. A veces, confundieron al primero con una marca de pantalones y del segundo ahora, por la caja tonta, supieron de su existencia. El siglo veintiuno, como el estructuralismo, queda huérfano y sin faro hacia donde dirigirse. Unas veces, por la funcionalista obsesión de restar importancia al que se interroga y otras, por la interesada apuesta de un mundo estandarizado.
Sí, nos quedaremos con la enorme biblioteca del granadino y con el magno pensamiento del cosmopolita Claude. La vida sigue y con ella, nuestra ventura de pensar, para evitar envejecer en el sofá catódico y alumbrar un poquito, el mundo donde vivimos.

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