Mañana empieza todo.

Escribo bajo estos fríos otoñales, preludio del solsticio de invierno, que es víspera de suerte y lotería. Las calles toman el brillo, cual iris del que anisa el corazón, de las luces navideñas. En el aire, se percibe el destino de un año que encumbramos, habiendo conseguido muchos objetivos que nos proponíamos. Los turrones y los mazapanes se van disponiendo en las bandejas, como obsequio al visitante que por estos días acompaña una buena nueva. Una nueva década se abrirá con el calendario ¿quién lo diría?.
Me pregunto, si aún brota la hierba sobre el alcornoque, y si los arroyuelos cantan su corriente en los acaudalados meridianos de la descansada vida. Sí, será la respuesta. Y el mundo sigue girando, con la aceleración de los años, en este discurrir de palabras y atenciones. No esperamos que nadie las agradezca. La vida nos hizo adolecer hasta el desdén; y el desdén desesperar hasta el olvido.
Cierro el cuaderno, y releo un libro, mientras espero el autobús que me lleve de nuevo, al fuero independiente de mi casa. Todo me espera. Cae una hoja caduca y dos grandes luces me invitan a colocar de nuevo el marcapáginas. Mañana, podría empezar todo. Podría mover un solo dedo y pulsar la tecla equivocada. Podría abrir el libro que yace tan cerrado. Podría tirar de la sábana o de la toalla. Podría jugarme el último dado, y contentar al azar. Podría.

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