El laberinto de Davis,Smith y sucesores.

Muchos de nuestros representantes políticos son pasto del fuego de la estructura del sistema.
Un político, básicamente, es según el cargo que ocupa, y se somete a una fuerza irrefrenable que cuestiona su propia identidad.
Desde el alcalde más modesto hasta el presidente del Gobierno se ven sometidos por la trampa de un sistema diseñado para favorecer unos determinados intereses.
Por esto, en sus segundas legislaturas se ven seducidos a realizar justo lo que ellos criticaban cuando estaban en la oposición.
No quiero llegar al pesimista fatalismo de Foucault, pues tampoco podemos despreciar otras aportaciones, pero básicamente la tendencia marca la inercia del fraude al elector.
Las expectativas se ven frustradas cuando toman el calor de la poltrona, conocen suculentos actores de presión y sienten una vana sensación de dominio sobre el resto de los mortales. Es la erótica del poder.
La historia se escribe según el diseño del sistema. El de finales del siglo XX se sustentó sobre las tesis del neoliberalismo en lo económico y el funcionalismo de Kingsley Davis en lo socio-político. Todo esto tiene un largo recorrido, que sería muy extenso para explicar, pero básicamente los actores principales han recogido estas teorías para imponerlas como naturales, siendo fruto de un artificio de ingeniería social.
Observo que en las primeras legislaturas se producen los cambios más representativos, de largo alcance. Más aún cuando ese poder se somete al control de un partido bisagra de corte “partido alas”. Otra cosa es, cuando la gobernabilidad se sustenta sobre un “partido plomo” que veta toda iniciativa de cambio y de impulso hacia una nueva disposición y composición de las cosas. Normalmente estos son los apegados por el interés propio.
El diente de sierra del mandato puede ser más o menos alargado, en función del cumplimiento de las expectativas generadas. Nada es autónomo, todo es hoy en día interdependiente, y la sanción a la traición es duramente castigada, cuando en el partido de gobierno hay unos códigos morales.
Esto no nos exime de responsabilidad a cada uno de nosotros. Particulamente, podemos defender un determinado sistema de valores y desplegar ciertas actitudes o comportamientos.
Sabemos que nuestras autoridades luchan tenuemente contra el cambio climático, pero nosotros podemos utilizar el autobús o el metro, así como regular correctamente el aire acondicionado. Sabemos que no se castiga el amarillismo de los medios de comunicación, pero podemos dejar de usarlos, de verlos.
Sabemos que la banca no está del todo implicada con la facilidad en el crédito, pero nosotros podemos dejar de ingresar, en las más restrictivas, nuestros depósitos. Y así, creando un sistema de relaciones basado en la responsabilidad y el “do ut des”, se institucionalizará al menos un flujo más agradable de interdependencia.
Hasta que un día, y sin darnos cuenta, nuestros representantes deban adaptarse a nuestro modus vivendi e ignorar las presiones que sienten desde arriba. Entonces, no tendrá sentido la corrupción o la deslealtad. Este proceso ciertamente es lento. Sin embargo, nosotros podemos vernos reconfortados por nuestros actos, sabiendo que vamos por la calle adecuada para no entrar en esa espiral.

Comentarios

Antonio P.B. ha dicho que…
La corriente funcionalista de Kingslay Davis y Wilbert Moore viene a justificar la desigualdad y estratificación social como un modo para que la sociedad esté cohesionada. Este es el soporte teórico de las clases altas, arguyendo una cierta meritocracia, como ley natural de su posición.
Niegan la estructura, y confían ciegamente en la movilidad social, hecha a base de esfuerzo, trabajo y renuncias. De ahí que se haya creado una cierta cultura de iconos, como el Bill Gates que empezó con un taller o el Rockefeller que comenzó desde abajo. Pero el incremento de patrimonio sólo es posible por herencia, ocupación o buen negocio. Ni siquiera una loteria lo garantiza.