La cabina de Torrecampo.

La colocación de la primera cabina pública de teléfono en los años 80 fue todo un acontecimiento. Todos expectantes acudíamos a la plaza de Jesús, con la excusa de llamar a un familiar, a palpar que el servicio telefónico automático era una realidad.
En aquel tiempo, para llamar dentro de la provincia no hacía falta marcar el prefijo. Los números de la localidad asignados por Telefónica de España comenzaban por 137.
Ese sistema venía a sustituir el de la centralita, un locutorio envejecido de la calle Padre Sánchez. De tal manera, que al principio el teléfono funcionaba sólo con monedas, y con el tiempo fue sustituido por otro que admitía tarjetas.

Los teléfonos en las casas de la localidad se incrementaron notablemente, mientras la cabina era la reserva para quien no disponía de uno en casa. Con todo, la cristalería de esa instalación fue soportando cartelería de muy diversa índole y su puerta fue cambiada.
Hoy, cuando la gran mayoría dispone de telefonía móvil sería impensable la expectación por una cabina. La telefonía fija ha disminuido, pues el servicio de línea es relativamente caro en proporción al coste de las llamadas. Así pues, muchos se han pasado al móvil.
Es cierto que la telefonía móvil nos ha hecho más cortos en palabras, más vulnerables en nuestra salud, pero también, más interdependientes. El número del teléfono móvil ha venido a ser como nuestra matrícula, nuestro IMEI es nuestro rastro por el mundo. No me opongo a la mejora de este tipo de telefonía, siempre que se respeten unos niveles mínimos de bienestar y salud. Mas el desarrollo no se mide sólo por la cobertura de nuestros celulares.
Mientras, la cabina pública espera una nostálgica visita. Una alternativa más para quienes se aferran a no ser seguidos por GPS en todo momento, ni en tener que permanecer atado a una compañía sine die.

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