Las matemáticas de otras veces.

Había unos cuadernos, con la contraportada llena de tablas de multiplicar, con las que se supone entenderíamos que tres veces tres son nueve, y cosas así. Los maestros ponían todo su empeño para que aprendiéramos estas reglas básicas de la matemática. Igual ocurría con el procedimiento para dividir. Nos decían si tengo una tarta y la tengo que repartir entre cuatro, a cuanto caemos cada uno. Luego la vida nos enseñó que no siempre cada cual recibiría su cuarto, sino unos más y otros menos, según fuese el que repartiera.

En aquellas prístinas instrucciones de cálculo se llenaban las pizarras de tiza, que una vez colmadas del blanco elemento, con un esmerado cuidado se iban borrando. Y si quedaba algo borroso, un cubo de agua era suficiente para limpiar de una vez aquellos guarismos de heurística finalidad.

Hoy, muchos pequeños no entienden porque han de aprender estas reglas si disponen de netbooks que le efectúan el cálculo en nanosegundos. Es posible que nadie nunca les descrifre el significado y la simbología del número. Y así seguirán creyendo en una realidad digitalizada donde nada puede pensarse, reflexionarse o cuestionarse.

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