Sendas estivales.

El estío invita al merecido descanso. Una cierta tregua neuronal nos lleva a recorrer estancias de aventura, de calma tropical o de pasatiempo no demasiado ceremonioso.
Los pueblos de España se engalanan para sus fiestas, recibiendo a esos hijos -pródigos o hacendosos- que vuelven al rinconcito que les vió nacer.
Un sano aire de camaraderia atenúa la presión. El mismo espíritu que reclama la brisa de la terraza del bar, de la toalla playera o del emparrado rural.
Todos vamos buscando el sol que menos calienta, la sombra que nos cobije y por eso, muchos andaluces nos disponemos a cursar por el inmenso litoral o por los desfiladeros de la Alpujarra.
Nos desayunamos con la buena noticia de que ensancharan un trocito del serpenteante iter del descanso, al menos hasta el embrujador pueblo de Soportújar. No es fácil encontrarse con tamañas noticias, en el tiempo donde se aventa más el trabajo que el grano.
Las gentes sencillas de los pueblos tenemos una nobleza sin arrogancia, una majestad sin ostentación. Y es por eso, que gusta estar junto con los nuestros.

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