En un tiempo donde el valor del rigor analítico
ha caído en desuso me propongo glosar un breve post de loa a la unión de todos los españoles.
No soy español de los que quiere que todos los
que vivan en España tengan obligatoriamente que sentirse españoles. Cada cual puede
pensar y más aún sentir lo que precie. Pero permítanme que, desde la tolerancia, les exponga porqué deben desistir de esa pretensión.
Será porque vine en nacer en el centro de esta
nación de naciones, que mi carácter es noble al tiempo que reservado. No soy yo
de esos andaluces que caen, prima facie, en gracia y que tanto aligeran con sus chanzas los tiempos del hambre. Prefiero dar a cada uno lo suyo y tratar alegrar a los míos con otros valores como la lealtad y la honestidad, calmándoles el hambre con mi trabajo. Mas
bien soy una mezcolanza de castellano, andaluz y extremeño, por cuanto crecí en un pueblo cordobés que dista escasos
kilómetros con la Mancha, tierra de caballeros, escuderos e hidalgos.
El hispano, entiéndase el hombre y la mujer de España, es muy
diferente. A cada cual le tocó nacer en un sitio y con ello adquirió el tópico de
su tierra. Al catalán le llaman tacaño, al gallego indeciso, al aragonés
laborioso, al andaluz gracioso, al vasco fuerte y así, sucesivamente por cada
rincón de nuestra piel de toro. Todos tienen las mejores costumbres y la más
excelsa gastronomía, a diferencia de los demás. Y así llevamos desde tiempos de
Isabel, batiéndonos en duelo. Y aunque no podemos vivir juntos, separados
tampoco.
Con el tiempo de la industrialización, en su
mayor parte en el norte de España, surgió otra brecha para enfrentarnos, el
cleavage ideológico en torno al eje “izquierdas y derechas”. Con el tiempo nos
damos cuenta que hay quien pasa de un
lado a otro, a poco que se le ofrezca un plato de viandas, y muchas veces sin
necesidad de cambiarse de partido. Otros resisten en su posición por obcecación, son los que fuera del partido piensan que el Sol de las ideas se precipita en el mar para morir. Sólo unos pocos profesan unas ideas desde el respeto y la distancia crítica. En conclusión, al final quienes mandan son los impuros de corazón, porque quien osa a defender a su pueblo perece en el intento. Tal es el hispano que vendió la cabeza de Viriato y tal seguirá siéndolo, mientras las reglas no escritas de este juego pongan el cargo al servicio del mejor postor.
España es ese trozo de Europa cuyos gobernantes
la han tratado cual caudal de hijo pródigo. Milagrosamente, la fuerza y la
convicción de sus ciudadanos, ha sacado lo mejor de sí para erigir lo que otros
vienen tumbando a su conveniencia. Esa es la maravilla de combinar perspectivas tan diferentes.
Esa la fortuna de complementar formas de vivir tan variadas como respetables. Es por lo que las
ideas soberanistas, basadas en el desprecio a los demás, nunca llegan a su puerto.
En todo caso, la soberanía reside formalmente en todos los
ciudadanos de España, y apenas que reflexionen, sabrán cómo podría
administrarse. Ya saben que el mandato otorgado a quienes les dicen representar, al menos, goza de una extraordinaria sordera.
Por eso, existe la tentación de cambiar las reglas del juego. A río revuelto, tumbar todo el Estado Democrático del Bienestar, es justamente lo que no necesitamos. Se sabe porque las mayores cotas de riqueza de este país en democracia se tuvieron en la época de mayor estabilidad del sistema, en torno a finales de los ochenta. (Exclúyase la época de las remesas europeas en época de la tecnocracia y la época colonial, por cuanto la ausencia de libertad, jamás debe ser de recibo).
Por eso, existe la tentación de cambiar las reglas del juego. A río revuelto, tumbar todo el Estado Democrático del Bienestar, es justamente lo que no necesitamos. Se sabe porque las mayores cotas de riqueza de este país en democracia se tuvieron en la época de mayor estabilidad del sistema, en torno a finales de los ochenta. (Exclúyase la época de las remesas europeas en época de la tecnocracia y la época colonial, por cuanto la ausencia de libertad, jamás debe ser de recibo).
Recordad que la pobreza a veces no viene por la
disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos, sobre todo, cuando estos son tan dispares.
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