"Entonces la intrépida visitante pensó
que hay momentos en la vida como para decir basta, porque tardando más ya no
habrá momento"
En la sala de los libros de
estilo relegados hay un reloj con fondo blanco y grandes agujas que pende de
una pared blanca.
Ese reloj ha dejado
pasar el tiempo y es testigo de lo efímera que es la vida.
Tras de él aún hay
una pegatina en la que puede leerse “Sabino Antolí. Pozoblanco”
En medio de la sala hay una mesa
camilla desvencijada y encima de ella varios libros. Entre ellos sobresale
un gran tomo intitulado “Las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha”.
Al abrir el libro se puede descubrir un pétalo de rosa. Parece marcar una página donde el lector hizo pausa ante tanto contraste entre la ilusión y la realidad, entre la utopía y el pensamiento más terreno. Aquel nos lleva a la gloria, éste nos lleva al infierno.
Al abrir el libro se puede descubrir un pétalo de rosa. Parece marcar una página donde el lector hizo pausa ante tanto contraste entre la ilusión y la realidad, entre la utopía y el pensamiento más terreno. Aquel nos lleva a la gloria, éste nos lleva al infierno.
Aquel pétalo tal vez se extrajo
del viejo macetero, que se encontraba en el patio, donde ahora crece la malva y
donde siempre quedará vivo el recuerdo de aquellos gatos que un día murieron de
inanición y de pena.
Entonces la intrépida visitante pensó
que hay momentos en la vida como para decir basta, porque tardando más ya no
habrá momento.
Ahora, que es mes de flores quiso desempolvar el libro y lo
colocó junto a la mesita de una antigua radio que se perdió en el vaivén de los
tiempos.
Pensó que ya era demasiado mayor para sufrir tanta vejación de los que
por mucho pecar más se han de confesar.
Y cerró para siempre la puerta
haciéndose jurar que no volvería al lugar de su nacimiento.
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