La posada

 

Se imaginan un lugar donde escuchar la intrahistoria, donde deleitarse con poemas del pueblo. Se imaginan, tan sólo por un momento un espacio que dé cobijo las ideas los más grandes filósofos mientras suena de fondo Clásicos Populares. Ese lugar es la Posada, cuya columna central te indica que estás en un lugar especial.

Así, unas veces sentado en silla de enea, otras de pie o arremolinado al calor de una candela fui tomando clases del saber popular. Otras veces recibí  estivales clases matemáticas de mis primos. Sin ellos, no habría aprobado logarítmicamente en muchas materias.

La mayoría de las personas que asisten a las tertulias son vecinos que entran por la puerta grande. Tocando la aldaba de hierro mi tía suele recibirles con agrado, y si hay aforo suficiente para atender la visita, sigue haciendo sus labores.

Si es verano, el lugar es ideal porque el riego de los cantos, que hacen formas en el suelo, refresca la temperatura mientras seguimos debatiendo sobre el bien y el mal, o escuchando las graciosas ocurrencias de algún visitante.

No es posible salir de allí sin saber relativamente quién es Einstein o las causas del desarrollo de Max Weber…  Son libros que leen por allí, y que están al alcance de cualquiera.  Tampoco es posible salir sin saber que el 14 de julio es un día muy importante…, según cuenta mi tío.

Yo creo que hasta la gata que ronronea junto al pozo conoce de nuestras teorías y si tuviera el don del lenguaje sería capaz de clasificar todas las especies de insectos carpófagos que hay en el Parlamento. Eso es lo que tiene crecer en un lugar de majestuosa isegoría.

 

 

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