Miro al cielo, que se adivina
azul y, al pronto, es moteado por el vuelo perfectamente sincronizado de una negra bandada de golondrinas. En el
aire se percibe el aroma del pan recién horneado. Recuerdos de mi niñez.
Paseo por encima de las vías del
sempiterno inconcluso tranvía. El musgo
va ocultando el raíl. Es como si la vida se abriese paso. Andando llego frente
al macro-gigante edificio de las ilusiones
aplazadas.
Encuentro a dos hombres madrugadores
que sacan de paseo a sus perros. Uno de ellos, le suelta la cadena a su
pequeño can. El perro siente brevemente el placer de la libertad. El otro expira el cigarrillo, acaso ,el primero de la mañana.
Al volver la esquina, me pregunto qué ocurriría si
todos fuésemos libres como las golondrinas y estuviéramos perfectamente
sincronizados. Tal vez ese tranvía
inconcluso funcionaria por la ciudad eterna. Quizá las ilusiones que nos promete el macro-gigante
edificio podrían ser una realidad.
Lo único cierto, es la seguridad
del amanecer. La del café sobre la mesa. La del espíritu recién planchado. La
única verdad es que lo único que me importa, en esta hora crespuscular, es este nuevo día.
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