Bolígrafos azules y negros.


Al cerrar la vista, el joven imaginó un mundo maravilloso, donde la especie humana pondría fin a sus controversias, y se llegara a la kantiana paz universal. El joven, aunque adolescente, creía ciegamente en el remedio del género humano. Sus ojos verdes brillaban en el espejo del orbe.
Cada día, al levantarse sentía la ilusión de comenzar una nueva senda, de pulsar miles de teclas en aquella Olivetti que impregnaba cientos de folios desde la atalaya del descubrimiento.

Hoy ese joven se embarga de la sensación extraña del acontecer primero. Cuando cierra los ojos, aún siente el latir de su pretérita lucha incansable. Sabe que en su batallar nada quedó en balde. Lo cierto es que aquella máquina se perdió  en una de esas contiendas de muchacho, pero sabe que aún quedan los bolígrafos azules y negros.


Hoy, no brillan los glaucos ojos que antes reflejaban sueños, porque miran a un horizonte de realidad. Cuenta en su haber cientos de horas de estudio y lectura, miles de folios escritos sin destino, porque no busca la gloria ni el reconocimiento. No en vano, su pelo ya pinta las primeras nieves, el pulso se contiene y las manos, aún presurosas teclean maquinas escribidoras.

Abre los ojos, y descubre que el camino recorrido es apenas un palmo de lo que a todos nos queda. Aún no ha descubierto las altas latitudes, y eso que ha subido a altas cumbres, sin atajos y sin anclajes. Solo cuenta con toda esa gente que le impulsa a seguir adelante. Y si tiene la ventura de llegar a lo más alto sabe con seguridad que no habrá  flashes, porque no los necesita.

Hoy vio una foto. La de hoy es la mejor imagen de todas. Pero estoy seguro, que de vez en cuando debe cerrar la vista. Por si los sueños tardan en llegar. Nadie le prometió la gloria, sólo una corta existencia entre dos eternidades.

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