
Al cabo de los meses, no tardó
mucho tiempo en verlos desde su ventana regresar ateridos de frío. Los más, venían escuálidos quizá del hambre y el sufrimiento,
pero sobre todo veía en sus caras el amargo licor de la derrota.
La maldita sinrazón, una vez más, venía a revelar que algunos
esfuerzos son absurdos.
En estos tiempos, que se diseña
la sustitución del hombre por la máquina, pero no una máquina cualquiera, sino
una máquina pensante, asistimos a nuevas reflexiones sobre el ímprobo esfuerzo
de la ciencia para obsequiarnos la felicidad.
Hay cosas que la razón no
entiende, porque el entendimiento es justamente fruto de la percepción, muchas
veces sensible, que a cada cual nos hace descubrir un mundo diferente. Unas veces, esto es una virtud, otras, el origen de nuestros conflictos.
Se puede vivir en tiempos de sinrazón porque siempre hay alguien a quien amar, a una familia que cuidar. Porque hay que disfrutar de lo que la naturaleza y el arte nos ofrecen. Porque la poesía es un ajuste de cuentas con la realidad y porque la curiosidad nos promete un venturoso avance.
Si el viejo filósofo viviera en
nuestros días nos volvería a proclamar la voluntad de vivir, porque como dijera
Sabina “hay más de cien motivos que valen la pena”.
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