De lo efímero a lo eterno


Todo parece encajar. Diseñaron un mundo con  fecha de caducidad. 



En la sociedad de la abundancia las cosas vienen con el sello de la rauda emeridad y, aunque no se diga, tienen que ser irremediablemente sustituidas por otras.

Ese desfase de las cosas bebe de las fuentes de una filosofía de lo efímero. No es la del cambio continuo de Heráclito, sino la tesis de la cadena fordista, donde todo se vuelve frágil, inútil y antiguo.

Así se explican las adicciones por el cambio, las mudanzas varias, la extinción del contrato,  la mengua de los patrimonios, la  rueda de producción imparable, el culto a la moda, el desdén a la experiencia y lo que es más grave, la creciente transformación de las personas en objetos.
Por eso, la caducidad de las cosas se ha convertido en la obsolescencia social de las personas.

Como una roca en altamar, que ve el batirse de las olas, así observo al mundo. Me aferro a la sed de eternidad de Unamuno, a la paz perpetua de Kant.  Me reafirmo en apreciar el tesoro de lo que tenemos y las personas con quien compartirlo.

Porque nada es obsoleto, todo tiene una oportunidad para volver a resplandecer. Sólo falta la pieza adecuada, para todo vuelva a encajar.  

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