El viaje de los ingleses.

Muchos historiadores europeos se han quedado a vivir con nosotros. Se dedican a estudiar nuestro presente y revisar nuestro pasado. Están encantados con los platos alpujarreños, con la luz de nuestro sol y con el caracter del hispano. 

Dicen que estamos muy apegados a nuestra Constitución, y que en segundos, podemos pensar justo lo contrario de lo que pensamos ahora. El español dicen es volátil y tradicional. Quizá por eso, de manera llamativa quienes ayer abrazaban el yugo, hoy dicen defender la libertad con buen criterio.

Miremos donde miremos, estamos absolutamente rodeados por el mar, excepto en los Pirineos. Ya pase el tiempo o este quede parado entre las agujas del reloj, esto no cambiará. Es normal, por eso, que cada cual busque su particular barco para emprender el viaje hacia la constante repetición del mismo esquema.


Los ingleses como Ian Gibson, Paul Preston, e incluso algunos ya finados como Gerald Brenan eran capaces de ilustrar su visión de esta mezcolanza de sangre que somos. La astucia e inteligencia judia, la agilidad y capacidad de venganza musulmana, el honor íbero o el apego céltico. Todo eso que confluye en el hispano puede ser unas veces la cara y otras la cruz. 

En estas tierras volverán a reiterarse los temas de conversación, los mismos que no dejan echar la vista atras y tampoco ayudan al reencuentro.

La historia volverá sin duda a repetirse. Aunque quizá hayamos cambiado un poco su color o su aroma. Vamos, igual que al sencillo, y a la vez excelente, plato alpujarreño.

Es la mezcla de los elementos lo que lo hace interesante. Es el reencuentro de ellos lo que lo hace exquisito.

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