Las gafas


En la pizarra la profesora dibujó unas letras con diferentes tamaños.  Los alumnos  debían leerlas desde su pupitre. Al llamar a una niña, sentada en la cuarta mesa, sucedió que la primera fila fue deletreándola  correctamente, la segunda con un poquito de dificultad, pero la tercera era ilegible para aquella criatura.  A los días, apareció la niña con unas enormes gafas de pasta. 

Venimos al mundo sin gafas, sin nada escrito, "in albis" y un día sin saber porque las llevamos puestas. Lo mismo pasa con ese estado de pureza que se va deformando con las experiencias de la vida, o de lo que vemos con las gafas que nos van poniendo.

Si nos ponen unas gafas de sol todo lo vemos más oscuro y nadie puede ver el color de nuestros ojos. Es una visión más sombría, pero nos protege de los rayos del sol. La poderosa luz del astro rey ya no nos ciega. Con las gafas de sol el mito de la caverna hubiera sido otra cosa.

Si usamos unas gafas para ver de cerca ignoramos la visión de lejos y viceversa. Unas veces miramos al dedo que señala la luna, otras veces miramos a la luna sin saber quien está señalando con el dedo. Y después de tanto mirar para un lado y para otro, al final entendemos que lo mejor son las bifocales o las progresivas.

Cuando eres pequeño te dicen hay que ver más allá. Cuando eres mayor una vocecita te indica que tienes que ver lo que tienes cerca. Y cuando ya estás de vuelta de todo sabes  que si miras demasiado a las estrellas puedes caerte, pero si miras demasiado al suelo nunca verás el horizonte. 

La calidad de una lente suele ser la gran diferencia de todo.  Hay quien muere sin saber que no es lo mismo una gafa de óptica que una de bazar chino. La realidad no se ve igual con graduación y anti-reflectantes, donde el reflejo resbala antes de llegar a tus pupilas.  Por desgracia, en el tiempo que nos ha tocado vivir, la mayoría usa gafas virtuales de cristales rayados y al mínimo centelleo deviene una distracción.

En fin, pensamos que en el país de los ciegos el tuerto es el rey, y resulta que no, que es el que manda calibrar las dioptrías.

Aquella niña de la cuarta mesa hoy es ya una joven que se operó la vista. Sus ojos pueden ver perfectamente sin las gafas, pero recordará toda la vida aquel día en que no pudo leer la tercera secuencia de letras.  


 

Comentarios