Era primavera. Apenas medía más del doble de la Olivetti que portaba. Aquella tarde del jueves me privé del partido de fútbol callejero, pero en la confianza de “es por tu bien”, me encaminé hacia la clase de mecanografía a ciegas. Se trataba de confiar ciegamente en que las teclas, tapadas con colores, se correspondían con lo que deseabas escribir. Todo ello, en el inaplazable intervalo de diez minutos por ejercicio. Aquel día, lo recuerdo como si estuviera allí, era 15 de mayo de 1986. Tac,tac, repetían como una orquesta de percusión, mientras en los folios iba apareciendo un capitulo de El Quijote . Siempre pensé que la vida es como una ingeniosa máquina de escribir. La cinta va pasando hasta que se agota. Cada vuelta nos da la oportunidad de rellenar un papel. Aprovéchala. Hay momentos que quieres tomarte tu tiempo. Otras veces quieres que se note y pulsas el tabulador. Los seres humanos podemos volver sobre cosas anteriores, con la tecla del retroceso, pero si te
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